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SANDILANDIA

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SANDILANDIA

 

         Se despertó como de costumbre y la sonrisa se incorporó al unísono con el resto de su cuerpo. Era un maravilloso día de verano para Elde. Serenaba y la brisa susurraba al colarse por las rejillas de la ventana de madera de Laurel, ¿qué más da? Elde pensaba que su cuerpo era como la tosca armadura de un honorable caballero de antaño, infranqueable, impenetrable. Sólo lo malo con apariencia de bueno puede insertar su veneno en el interior, sólo el odio maquillado por amor.!

Ese día, el muchachito, con un alarde de positivismo, comenzó a ingeniar su excursión fuera de casa en la que planeaba liberar a la princesa ‘Estrella Dorada’

del castillo oscuro más tenebroso de Sandilandia.

 

-  ¡Contra viento y marea lucharé para salvarte señorita mía! (Dijo Elde con los

brazos estirados hacia el cielo disimulando el estiramiento matinal).

 

        Elde ya había preparado su mochila con todo lo que necesitaba para zarpar en su aventura al rescate de Estrella Dorada. Botella de vino, yelmo, escudo… Estaba dispuesto a robar un caballo y sortear los peligros hasta dar con la

princesa.

 

-  ¡¿Pero a dónde vas con todo ese gatuperio hijo de mi vida?! ¿Se puede saber

que vas a hacer con el casco de la bici ahora…? ¡¡Que están cayendo gotas Elde…!! Acuérdate de sacar a tu hermana de la cuna y cambiarle el pañal. (Replicó la madre mientras continuaba gesticulando frente al espejo en su lucha contra los pelitos del entrecejo)

 

        Elde reflexionaba continuamente, sin quererlo formulaba sus propias viñetas de los acontecimientos venideros y los hacia factibles, reales, y cómo no… deseables. Él no quería hacerle daño a nadie. Se estremecía con el hecho de pensar que hay quien elige el sufrimiento voluntariamente como solución a un “problema” o como una simple opción a escoger. Pero allí delante estaba su madre, divina y angelical, creadora de vida, enfurruñando la cara mientras daba

pequeños indicios sonoros de su sufrimiento masoquista y gratuito.

 

 

-  Ahora vengo…

 

 

       

        Tomar sus propias decisiones era divertido, le hacía feliz. Jamás había aprendido nada sobre la ética, la moral, el egoismo,el heroísmo… pero las

conocía. Sabía lo que quería y debía hacer, y era esa coincidencia la que convertía su camino en una aventura llena de posibilidades. Así que agarró todo aquel embrollo de objetos, tronó su caballo de hierro, y partió en busca de la señorita que aguardaba su salvación. Por el azaroso camino le esperaban muchas historias, pero no las temía, al contrario, las deseaba. Elde ignoraba que el deseo puede destruir con la misma fuerza con la que el mar dibuja una playa en la falda de la

montaña. Sin embargo, era un deseo ordenado y limpio.

 

 

 

-  ¡Hola árbol! Por fin he llegado a Sandilandia… Llevo meses surcando mar y

tierra, he tenido que enfrentarme con legumbres asesinas y criaturas monstruosas, manzanas de magia negra y ríos de podredumbre, pero ya estoy en las tierras de luz para rescatar a Estrella Dorada.

-  Hola Elde, ¿como tú por aquí? (Dice con voz muy grave el árbol)

-  ¡¡¡Eeeeeyyyyy qué pasa coleguita!!! Estoy aquí arriba piripimpollo… Si me trajiste pipas, te prometo que controlaré mis carcajadas muchachito. (Canta el ruiseñor con tono chulesco desde la copa del árbol).

 

        Elde comenzó a abordar sin cesar a ambos a preguntas que le producían curiosidad; también cuestiones que ni siquiera le importaban. Durante horas, el muchacho charló con los últimos seres del camino, antes de dar con la princesa. El árbol le poetizó lo maravilloso que era ser él. Le comentó que había vivido más de doscientos años y que eran tantas las cosas que sabía, que todas las noches,

antes de que la luna hiciera su luz, debía olvidarse de algo, borrar un detalle, hacer espacio en su memoria porque nada es infinito. El ruiseñor intentó explicarle lo inexplicable que es el sentimiento de volar. Sólo un ave puede saberlo.

Los dos coincidieron en una cosa, ambos habían sido árbol y ave respectivamente. Los dos habían mamado de las virtudes y defectos del otro, habían cambiado sus doctrinas para experimentar y darle posibilidades a la felicidad de seguir en rumbo.

 

-  ¿Pero dónde estabas Elde? No me pediste permiso para salir. Tendrías que

haberte quedado aquí dentro, puedes cogerte una tos o algo. Mira hijo mío, voy a explicarte una cosa. La vida no es siempre como tu quieres que sea. Tienes que hacer lo que te dicen los mayores porque ellos tienen la razón. Eres un gran chico, pero no te puedes gobernar tu solo.

 

        Qué me pasa, se preguntó Elde. No entendía…, por qué aquella sensación de insatisfacción y desconcierto, por qué un vacío se formaba en su pecho, por qué ese nudo enrevesado de sentimientos opacos… Por un instante perdió la sonrisa, pero inmediatamente retomó las riendas y sin resentimiento le confiesa a

su madre:

 

-  Quiero ser un ruiseñor mamá, para emanar sabiduría y poder vivir más de

doscientos años, y convertirme en árbol para mirar desde lo más alto.

-  Eso es imposible cariño mío. Deberás ser alguien en la vida. Estudiarás una carrera, te casarás, tendrás hijos y un trabajo estable.

-  Siento que debo salvar a Estrella Dorada de algo. (Dice el muchacho entre

sollozo cuando siente de nuevo ese nudo en el pecho)

 

        Elde dejó de visitar Sandilandia durante mucho, mucho tiempo. Su madre se encargaba de que la sangre de su sangre continuara el curso del río de la vida que ella había podido “entender” y “acometer” años atrás. Prohibió las salidas de su

hijo con la bicicleta, el paraguas el gorro y la cantimplora. Dividió su día en horas y

tareas, convirtió los besos en costumbres, y lo vistió como “debería” ser…

 

¿Por qué? Por qué tienes que rendirte y aceptar lo que sabes que no está bien.

¡¡¡Levántate como de costumbre e incorpórate al son de tu sonrisa!!!

 

-  Ahora vuelvo, creo…

 

        Esta vez el camino se borraba a su espalda. Había dejado atrás todo lo comúnmente correcto para agarrarse a unos sueños atractivamente inusuales que recordaba haber tenido. Hacía mucho, mucho tiempo que no se incorporaba por la mañana como lo hacía antes. Hacía mucho, mucho tiempo, que los sentimientos directamente relacionados con la sonrisa habían quedado a expensas de este

momento. Puede que Elde necesitara de este tiempo oscuro.

 

 

 

-  Hola árbol, hola ruiseñor…

-  Hola Elde, cuanto tiempo… Hola Estrella Dorada… (Dicen el árbol y el ruiseñor al unísono)

-  Mi hermana y yo venimos a ser felices.

 

        Elde alcanzó a suponer muchísimas teorías hipotéticas. Con la misma facilidad con la que esos razonamientos le proporcionaban un camino lógico y moralmente correcto, le causaban un desconcierto protagonizado por contradicciones e incongruencias. Se dio cuenta de que el mundo que él imaginaba maravilloso e indescriptiblemente apetecible, no lo era para quienes le rodeaban. Sólo ruiseñor, árbol, Estrella Dorada y él, participaban en aquella realidad donde volar, saber, vivir… son la esencia de la vida.

¿Qué es un mundo entero lleno de felicidad, si no puedes compartirla?! Había pasado mucho, mucho tiempo desde la última vez que Elde visitó Sandilandia, pero sentía la inocencia dentro de él, como si nunca hubiera dejado de estar allí. Si su hermana también había sido capaz de sentir esa necesidad de

vestirse de alegría, ya no era solo él, no estaba solo, ¡es posible!

 

- ¡Niñooooosss, vengan para casa!…. ¡Aaahh! y traigan una sandía de la huerta, de las que están debajo del aguacatero. Tengan cuidado con los nidos de los ruiseñores que están en época de cría.

- Vamos. Pero volaaaaaannndoooooooo (Gritan Elde y Estrella Dorada)

 

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